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Columnas del Director
Tolima, territorio que inspira paz
abril 14, 2025

En medio de la geografía montañosa del centro de Colombia, donde el Magdalena surca los valles y los cafetales visten de verde las laderas, el Tolima ha sido mucho más que un escenario del conflicto: ha sido protagonista silencioso y resiliente de la paz. No como una consigna vacía, sino como una construcción colectiva, tejida desde los territorios, las memorias y las luchas sociales.

El Tolima ha sido tierra de acuerdos. En sus montañas se firmó uno de los pactos más ignorados por la historia oficial: el acuerdo entre el pueblo Nasa y las FARC en los años noventa, una muestra temprana de diálogo intercultural que buscó frenar el fuego cruzado y abrir paso al entendimiento. Desde el sur del Tolima, también emergieron las primeras voces de negociación con el M-19, cuyo desenlace —tras años de confrontación— fue una apuesta política que transformó armas en votos y trincheras en escenarios de debate democrático.

Con el Acuerdo de Paz de 2016 entre el Estado colombiano y las FARC-EP, el Tolima volvió a estar en el centro del mapa de esperanza. Sus veredas, tan golpeadas por el abandono y la guerra, comenzaron a vivir la aclimatación de una paz que, si bien frágil, permitió que cientos de familias volvieran a sembrar sin miedo, que los caminos se llenaran otra vez de mochilas y niños en bicicleta, que los proyectos productivos emergieran como semillas de dignidad.

Pero el verdadero milagro no está en las firmas ni en los protocolos. Está en la gente. En las mujeres que lideran redes de cuidado y economía solidaria; en los campesinos que con perseverancia han convertido la tierra en sustento y organización; en las juventudes que, lejos de resignarse, crean laboratorios ciudadanos, colectivos artísticos y brigadas ambientales. Está en las organizaciones sociales que, lejos de dividirse, han encontrado formas de articulación y fortalecimiento mutuo.

El Tolima ha sabido resistirse a los intentos de reciclar el conflicto. A pesar del retorno de amenazas, de los intereses de quienes quieren volver al pasado armado, y de la violencia que aún asoma en las esquinas de lo rural, este territorio ha respondido con propuestas, con movilización pacífica, con exigencias de vida digna. Porque aquí se sabe —como se dice con sabiduría campesina— que la paz no es solamente el silencio de los fusiles, sino el canto del gallo en la madrugada, el derecho a la salud, a la educación, al agua limpia, a una vida con futuro.

El Tolima inspira paz porque no ha dejado de soñarla, incluso en los momentos más oscuros. Porque ha entendido que la paz se siembra en colectivo, se riega con confianza, y se cosecha con justicia. Porque ha aportado liderazgos, propuestas metodológicas, aprendizajes comunitarios y procesos organizativos que hoy enriquecen los esfuerzos nacionales por una paz total.

Hoy, cuando el país se debate entre avances y retrocesos, entre esperanzas y tensiones, el Tolima nos recuerda que la paz no es una meta lejana sino un camino cotidiano. Que hay que defender lo conquistado, cuidar lo sembrado, proteger lo construido desde los territorios. Que hay que seguir creyendo en la posibilidad de una Colombia en la que vivir no sea un riesgo, sino una alegría compartida.

En este rincón del país, la paz tiene nombre de comunidad, de café orgánico, de trueque, de red solidaria, de niño que vuelve a la escuela. Tiene rostro de mujer lideresa y manos de labrador. Por eso, el Tolima no solo merece la paz: la está construyendo, y nos está mostrando cómo se hace. Es tiempo de reconocerlo, de apoyarlo y de multiplicarlo.

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