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Columnas del Director
Escritores y política
octubre 22, 2024

El oficio de escribir no es sencillo y menos en momentos de gran polarización política. Los escritores acuden a su imaginación para construir universos, historias y tramas. Muchas veces sus textos son hiper realistas. No se regodean con la ficción, se dejan venir con narraciones crudas soportadas en lo que conocen. Nada más parecido a la realidad que la realidad misma. Algunos no la edulcoran, sino que la presentan de una manera brutal, espeluznante, sin filtros, porque la crudeza no admite subterfugios literarios.

Uno los admira por lo que hacen. Contar historias, narrar hechos, soñar, problematizar la realidad a través de la estética de la escritura no es ni mucho menos sencillo.  La mayoría de los lectores erigen pedestales para subir en ellos los escritores de su preferencia. Hay muchas muestras de algo cercano a la idolatría con ciertos personajes dedicados a este oficio. En Colombia, por ejemplo, Gabriel García Márquez, alcanzó unos niveles de simpatía por su obra que lo catapultó a un Nobel de Literatura. Muchas personas indagadas sobre su escritor favorito, responden inmediatamente con su nombre así no hayan leído ninguno de sus libros.

Los escritores para muchos de sus lectores deben ser asépticos, homogenizados y casi pasterizados como la leche que se consume en los hogares. En Latinoamérica hay muchos casos de otro tipo de opciones, donde los autores de grandes libros asumen posturas políticas que los alinean con una u otra orilla ideológica y política. El mismo García Márquez era afín a las ideas de izquierda, mientras que Mario Vargas Llosa profesa claramente las de derecha.

Un escritor muy popular en Colombia: Mario Mendoza, está en estos días en el ojo del huracán.  Su pecado consistió en elaborar un perfil del presidente Gustavo Petro. Fiel a su oficio, su texto está plagado de adjetivos, algunos demoledores en contra de la figura del primer mandatario de las izquierdas elegido por voto popular. De reconocer su admiración por su estatura intelectual y su talante de figura democrática antisistema, pasó después de algunos párrafos a tildarlo de narcisista paranoico.

Esta postura de un escritor tan querido por muchos por su obra literaria sirvió para el alinderamiento de la fanaticada de derecha e izquierda. Los primeros lo muestran como un Petrista arrepentido, que critica ferozmente al presidente que él mismo reconoce, ayudó a elegir, mientras que los otros, lo muelen en sus redes porque dicen, terminó haciéndole un favor al establecimiento y especialmente a los enemigos del progresismo.

En la actualidad las posiciones y lecturas políticas generan simpatía en unos y animadversión agresiva en otros. Que los escritores no deben asumir posturas políticas y menos defendiendo al establecimiento proclaman unos, mientras que en la otra orilla se les exige que defiendan los intereses alineados con los tradicionalmente excluidos. Tener contentos a todos es imposible. 

Seguramente Mario Mendoza no alcanzó a dimensionar el impacto de su texto sobre el presidente Petro. Hay quienes lo querían antes y lo detestan hoy; todos los ciudadanos tienen derecho a pensar cualquier cosa. A generar opiniones que conciten desacuerdos razonables. Es lamentable que un escritor como Mendoza, con una obra tan prolífica, sea demolido por opinar críticamente sobre un líder que el considera mesiánico.

Es posible que con este autor suceda algo similar a lo que pasó con William Ospina, que sus lectores pasaron del amor al odio por ser un crítico agudo y mordaz de la obra del gobierno del cambio. No exageremos, todos tenemos derecho a pensar lo que nuestra claridad política nos permita. Reivindiquemos la crítica y no eliminemos de tajo a quienes sin ser analistas políticos opinan lo que analizan e interpretan de un gobierno que le apuesta al cambio con muchas dificultades. Abracemos la tolerancia.

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