Ella es Claudia Morales, nacida en Bogotá, pero criada en Santander, es una mujer madre cabeza de hogar. Está radicada en Ataco con sus tres hijos. Es mitad rola (por parte de su madre) mitad atacuna (por parte de su padre) y fue reconocida como parte de una comunidad indígena hace seis años. A sus cuarenta y seis años es una mujer emprendedora y aguerrida que se dedica actualmente a la producción y comercialización de bizcochos, pan de yuca y blanditos, vendiéndolos en Ataco y Bogotá, pues según ella: “todo lo que se produce se vende”.
Claudia afirma que se aburrió de la vida en la ciudad, pues el constante estrés que esta frenética vida acarrea, sumado al hecho de que “para todo se debe tener plata” hizo que reflexionara y optara por un modo de vida más tranquilo en su cabildo, donde se relaciona con las otras 50 mujeres que participan en este. Empezó por independizarse laboralmente. En su momento, Claudia fue operaria de máquina de confección en LecLee. Eventualmente pudo comprarse su máquina de coser y hacía mangas para los disfraces de los niños.
Se crio con sus cuatro hermanos después de la pronta partida de sus padres, pues ella apenas tenía 15 años cuando su madre murió. A los diecisiete años tuvo su primer hijo, lo que la impulsó a tomar un rumbo diferente al que había planeado. Intentó estudiar algo en su momento, pero las condiciones por las que atravesaba no le permitieron continuar. Aunque estos momentos fueron duros, Claudia supo salir adelante, teniendo en mente que “Uno es lo que reconoce ser”.
Validó el bachillerato en Bogotá y tiene un interés particular en la asistencia administrativa. Dice que valora la tranquilidad que le brindó el cambio de ciudad a campo y cumple con sus labores como alguacil de su cabildo con orgullo. Su sustento se basa en el maíz y sus derivados, vendiendo 20 libras de maíz y cobrando unos 270.000 pesos por este. Su sueño es tener su microempresa de amasijos, para lo cual ya necesita una ayudante de panadería. Ve su hogar pañetado, arreglado y bonito. Claudia tiene en mente su pensión, y aprovechó la herencia que le fue legada para comprar una casa en Soacha y arrendarla, lo cual sumado a sus ventas, le acercan más a su sueño de formalizarse su empresa, viviendo lejos de los ajetreos de la gran ciudad.