Imagen tomada de https://www.madrimasd.org/
Por: Hugo Rincón González
Después de una hora de viaje y luego de un martirizante recorrido pasando por una trocha insufrible entre Rovira y Playarica y por una carretera destapada bordeada por abismos inquietantes, por fin llegamos a un municipio reconocido como uno de los más hermosos del departamento del Tolima: Roncesvalles. Ella había acudido a la cita representando a su organización para reunirse con otras mujeres y hombres del sector rural, participantes todos de un proyecto de fortalecimiento organizativo, productivo y comercial promovido por la Gobernación del Tolima y Tolipaz. El encuentro iba a servir para mirar el estado formal de su organización desde el cumplimiento de los requisitos con la Cámara de Comercio y la Dian.
Su actitud fue siempre vivaz; escuchaba atenta y en silencio. Preguntó y participó, dejando ver el interés de sacar adelante su organización y mejorar su condición de vida. En esos lares donde la gente se rodea de unos hermosos paisajes, la vida es dura porque se manifiestan crudamente los problemas de la mujer rural. No solamente era el olvido al que son sometidos los territorios donde el estado ha brillado por su ausencia, sino también las escasas oportunidades que se le presentan a sus habitantes para salir adelante.
En la reunión se reflexionó sobre los problemas estructurales del campo, la radiografía es casi la misma en cualquier parte del país. Señalaban los participantes varios aspectos: 1) la concentración de la tierra en pocas manos (para el caso, muchas de estas mujeres presentes escasamente tenían menos de una hectárea en comodato para producir algo de fruta), 2) el problema de las vías terciarias que vuelven un viacrucis sacar las cosechas a los mercados, 3) los intermediarios que compran sus productos quedándose con las utilidades, 4) la ausencia de asistencia técnica para atender las dificultades en los cultivos, 5) el incremento galopante en los insumos agropecuarios, 6) el despoblamiento del campo ante la migración rural-urbana, especialmente de los jóvenes, 7) la escasa oferta en los servicios de educación y salud, entre otros.
Resaltaban en medio de tanta dificultad la tranquilidad propiciada por el acuerdo de paz. Antes, señalaban, este bello municipio fue azotado por la guerra; la violencia se ensañó por la presencia de los actores armados irregulares, especialmente las Farc. Se sufrió por las amenazas, las extorsiones, tomas al casco urbano y otros desafueros. Hoy, destacan el ambiente cambiado y sienten otro aire que quieren consolidar por el bien de las comunidades de este territorio.
Terminado el encuentro, después de escuchar sus reflexiones y compartir una que otra anécdota, fui invitado a visitar el lote en comodato de una de ellas en el cual cultiva mora. Estaba puntual en su microparcela donde tiene 300 matas, revolvía una mezcla de agua con fertilizante y un agroquímico en un viejo balde, para echarle a su cultivo; mientras lo aplicaba acompañada por su hijo, me decía todo lo que tienen que luchar para medio comer. “Con este poquito de tierra y con lo poco que se produce es muy difícil mantenerse en el campo, por eso necesitamos que el gobierno nos ayude a ver si podemos salir adelante”.
Esta mujer del campo en Roncesvalles sirve de muestra para ilustrar el enorme reto que tiene el país para consolidar el desarrollo y la paz. Mujeres con sobrecarga laboral que atienden a sus familias, se mantienen y perseveran. Luchan buscando superar todas las dificultades.
Empezando a descender de este municipio mis pensamientos seguían estacionados en la necesidad de todas estas organizaciones y su gente. Recordaba una de las intervenciones expresada por una mujer: “Tenemos todo para salir adelante, solamente necesitamos que quienes gobiernan se acuerden de nosotros, que inviertan en el campo para consolidar la paz que ahora vivimos”.
Cuanta razón tienen, cuanta razón.