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Por: Hugo Rincón González
Parece que los negociadores de los países poderosos y desarrollados, junto con grandes empresas del sector de las energías fósiles siguen marcando el destino del planeta en las cumbres que hasta ahora se han celebrado. No importa el alarmismo creciente sobre la catástrofe climática anunciado desde hace varios años por la comunidad científica, ni la legítima preocupación de los países costeros y los que transitan por la senda del subdesarrollo y la pobreza, el interés económico sigue siendo más fuerte, sigue imponiéndose.
Según varios medios periodísticos internacionales que le hicieron un seguimiento pormenorizado a la COP26, el acuerdo final se cerró en medio de un intenso tire y afloje de posiciones, unas que impulsaban propuestas serias, ambiciosas y de mayor compromiso, frente a otras tibias y claramente alineadas con los intereses de los sectores económicos que mayor impacto generan en el desencadenamiento de la crisis climática. El mismo Antonio Guterres, secretario general de la ONU, reconoció que los pasos hacia adelante de esta cumbre son bienvenidos pero insuficientes, si tenemos en cuenta la gravedad de la situación que atravesamos.
Se sabía que no sería sencillo construir consensos si tenemos en cuenta los disímiles intereses. Cualquier país o incluso sector económico poderoso podría generar un obstáculo insalvable en la redacción final del acuerdo. La resolución final de la COP26 parece no tener contento a nadie, algunos sectores ambientalistas la tildan de descafeinada, en la medida de que el texto como quedó podría ser firmado por cualquiera.
Originalmente el texto le apostaba a la “eliminación progresiva de la energía del carbón y de los subsidios ineficientes para los combustibles fósiles” pero la presión de países productores de petróleo como Rusia y Arabia Saudita hicieron que esta redacción se matizara y se sustituyera por una mención genérica y vaga. Esta rebaja en la exigencia en el documento se debe interpretar como que los responsables de la generación de la crisis climática sigan funcionando como hasta ahora y que sus intereses particulares estén por encima de los del planeta.
Otro punto álgido en la cumbre y en el texto del acuerdo final tiene que ver con la financiación. Los cien mil millones de dólares del Fondo Verde para el Clima que en 2020 debían invertirse en la mitigación y adaptación al cambio climático, no se consiguieron en la fecha prevista y en esta cumbre se manifiesta que se aplaza un poco más. Ecologistas y países en vías de desarrollo exigen con vehemencia que este fondo se ponga en marcha de una buena vez. La voluntad política se traduce en un presupuesto que ha sido insuficiente para financiar como se debe esta lucha que amenaza a la sociedad humana en el planeta. Paradoja mayúscula si comparamos esta financiación con lo que destinan los países, incluido Colombia, en el gasto militar para compra de armamento.
Un punto a favor de la COP26 es el compromiso de 100 países, de terminar con la deforestación indiscriminada, buscando disminuir las emisiones de metano para 2030. Esto que se presenta como un logro por parte de Colombia, es puesto en duda en razón de lo que se observa en destrucción de bosques por la actividad ganadera y los cultivos de uso ilícito en muchas regiones, incluida la Amazonía, el gran pulmón del mundo.
El acuerdo final de la COP26 es el colofón de una cumbre cruzada por muchas discusiones. Se alcanzó finalmente un acuerdo que pretende limitar a 1,5 grados centígrados el aumento medio de la temperatura del planeta con respecto al nivel preindustrial y esto lo presentan como un logro, sin embargo, no sabemos si esto se conseguirá o si como dicen algunos expertos en química atmosférica, el punto de no retorno lo pasamos hace mucho tiempo y ya hay muy poco que hacer.