Por: Hugo Rincón González
Algunas veces toca tomar un poco de distancia y algo de tiempo para vaciar los sentimientos del alma. No es fácil expresar, ni manifestar lo que uno desea cuando se está atravesando por el dolor. Ahora siento que debo escribir al derramar lágrimas, unas letras y honrar la memoria de un ser entrañable para mí y toda la familia, mi hermana Martha.
Falleció de manera fulminante el pasado 19 de junio. Una muerte sorpresiva para todos si tenemos en cuenta que era la menor de todos nosotros, sus hermanos. Martha tenía 55 años y venía sobrellevando un lento proceso de recuperación de un accidente cerebrovascular que sufrió el año pasado, cuando apenas se iniciaba el complejo encierro por la pandemia.
Justamente por tener el accidente cerebrovascular en ese preciso momento, la atención médica no fue la mejor, debido a que la prioridad eran los pacientes por Covid-19. Estuvo en cuidados intensivos durante tres días luchando por su vida. Comprendimos lo severo de la afectación que puede tener una persona por el tiempo transcurrido entre el momento en que el trombo obstruye una arteria que debe irrigar el cerebro y las consecuencias posteriores como efecto de lo que los médicos llaman isquemia cerebral.
Desde el momento de su accidente cerebrovascular, Martha vivió el viacrucis que significa una enfermedad compleja en nuestro sistema de salud y más en las circunstancias de pandemia que vivíamos. Buscar una cita con un especialista, movilizarse en su estado inicial de invalidez porque medio cuerpo había quedado paralizado y sin habla, luchar por conseguir las fisioterapias y que estas además de oportunas fueran en la cantidad que requería su recuperación, fue un verdadero calvario para ella y especialmente para sus hijos y familia.
Con todas estas dificultades, Martha venía en un proceso lento de sanación. Había recuperado el habla y su dicción era buena. La movilidad de su pierna derecha mejoraba, ya podía caminar aunque con gran dificultad, sin embargo su brazo y mano derecha seguían tercamente sin responder como todos deseábamos. Algo que no pudimos saber es qué tanto de su recuperación no avanzó lo que se esperaba debido a sus estados depresivos, algo perfectamente entendible cuando se pierden en segundos las facultades que una persona normal posee.
Mi hermana Martha era la “menorcita” como ella misma decía. Hasta que le llegó la bruma del olvido a mi madre, fue su preferida, precisamente porque era su niña. Fue alegre, trabajadora, responsable, honesta y enormemente comprometida en su vida laboral como lo pudieron reconocer sus compañeros en la Universidad de Ibagué durante mucho tiempo y finalmente en la Uniminuto.
Se desempeñó la mayor parte de sus últimos años como madre soltera, luego del divorcio con su esposo. Batalló, luchó y se sacrificó por sacar adelante a sus dos hijos, como seres útiles a la sociedad. Esta tarea no la alcanzó a finalizar pero seguramente ellos honrarán a su madre saliendo adelante, terminando sus carreras y esforzándose por hacer sus vidas de la mejor manera.
Fue buena hermana, singular como todos los seres humanos. Buena tía, solidaria y alcahueta con sus sobrinas. Era buena bailadora y festiva. Una mujer con determinación que logró finalizar sus estudios incluso de maestría. Buena docente como lo reconocen sus estudiantes y como consejera de tantos jóvenes que encontraban en sus palabras el apoyo que necesitaban.
Partió a la eternidad mi hermana menor, nos ha dolido en el alma su ausencia prematura. La llevaremos en nuestros recuerdos y honraremos su memoria por siempre. Ya no estará con nosotros la que ansiaba el momento de su jubilación luego de tantos años de trabajo, una aspiración que era merecida y justa. La vida es un soplo y un ratico, todos vamos a partir en un momento al universo inmaterial donde nos fundiremos con la inteligencia superior y con el padre celestial. Descansa en paz hermana.