Imagen tomada de bluradio.com (AFP)
Por: Hugo Rincón González
El grito desgarrador produjo escalofrío. Era la madre del joven Santiago Murillo que frente a la clínica que lo atendió intentando salvarle la vida, gritaba desesperada: “mátenme a mí también”. Como en el poema de Miguel Hernández, Elegía, se puede decir en esta tragedia que enluta las familias de este y tantos otros jóvenes asesinados según muchos testigos, por la fuerza pública: “…Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento”.
“Las madres no parimos hijos para que el estado nos los mate”, gritó otra mujer en la jornada del 2 de mayo, en un plantón en rechazo al asesinato de Santiago en Ibagué. En esta ciudad ni el toque de queda ordenado por el alcalde pudo impedir que la gente pacíficamente manifestara su repudio por la violencia absurda vivida desde el pasado 28 de abril fecha en la que se desarrolló el paro nacional.
Según manifestaba en Twitter una reconocida periodista de un medio nacional: “La jornada de protestas dejó 92 víctimas de violencia física, 21 homicidios por parte de la Policía Nacional, 672 detenciones arbitrarias, 12 agredidos en los ojos, 30 víctimas de armas de fuego y 4 víctimas de violencia sexual”. Estas cifras del horror no tienen en cuenta muchas denuncias que en varios lugares del país se siguen produciendo.
Los análisis sobre las causas de este estallido social han sido profusos. La pobreza, el desempleo, el hambre, la extrema corrupción, las medidas del gobierno favoreciendo a grupos poderosos, la arrogancia de los gobernantes, entre otros. Todo esto se ha venido incubando desde hace muchos años y el sentimiento de indignación explotó por el desespero de la ciudadanía ante la miserable propuesta de una reforma tributaria que intentaba gravar hasta la comida y los servicios funerarios.
El momento es complejo y delicado. Ha habido voces incendiarias promotoras indirectas de la violencia desatada por la fuerza pública contra los manifestantes. El surgimiento de una nueva categoría: “terrorismo vandálico” y el llamado de un decadente líder político a que las fuerzas armadas usaran las armas contra los que protestan, sin duda, contribuyó a este aterrador balance.
El retiro de la reforma tributaria anunciado por el presidente Duque y la presentación de la renuncia de su ministro de hacienda, fue el producto de la movilización social y la indignación popular. Los marchantes, la mayoría jóvenes, fueron los verdaderos protagonistas de esta medida asumida por el gobierno. Ante estos hechos, se puede uno preguntar: ¿Cuántos muertos, destrozos y agresiones se pudieron haber evitado? ¿Cuánta desconexión con la realidad nacional tiene el presidente? ¿Creían que la gente pararía un día y al siguiente ellos podrían hacer aprobar su reforma en el congreso a pupitrazo limpio? ¿Hay un propósito de enmienda sincero? ¿Quien responde por todos los muertos?
Decían en una cadena radial que la gente en este momento no cree en nada. La reforma tributaria, decían con sorna, tendrán que discutirla con transmisión por televisión y por redes sociales. La ciudadanía no quiere más estropicios contra los pobres y la clase media. No es suficiente el llamado del presidente a discutir una nueva propuesta con los partidos políticos con presencia en el congreso. Se deben escuchar e incluir las iniciativas de los movimientos sociales y la ciudadanía indignada. No se puede volver a la misma fórmula de escuchar solo a los gremios económicos y los mismos de siempre, ignorando las voces de las grandes mayorías.
La indignación existente exige profundas reformas sociales. Hay propuestas serias desde varias orillas. Una de ellas es derogar la reforma tributaria de 2019 y acabar con las exenciones tributarias a las grandes empresas. Conviene hacer estos cambios que enruten al país por la senda de la inclusión social. No es posible que sigan en el congreso pensando en una reforma a la salud, pensional y laboral en contra de la clase media y los pobres.
El paro nacional puso de presente la enorme indignación social, es mejor por ello, corregir a tiempo y no seguir escalando la violencia de los pobres armados contra los pobres desarmados.